Tour de Francia 2011

Amigos globeros: desde hace ya la friolera de hace más de 20 años vengo siguiendo el Tour a su paso por el Pirineo o los Alpes. Se trata de un peregrinaje anual extraordinario en el que rindo culto a un deporte inigualable en santuarios de roca viva (santuarios de roca viva, ¡menudo poetastro!). Marchamos cada año un grupo de amigos, cargamos las bicis en los coches, dormimos en hoteles no excesivamente caros o en campings, aprovechamos para escalar un par de puertos de los que forman parte de la mitología ciclista, saludamos a los campeones a su paso esforzado, y nos volvemos a casa. No necesitamos de grandes comodidades: ahí nos tumbamos en mitad de un prado y nos hinchamos de nísperos y bellotas, o nos hervimos un manojo de verdolagas. Luego nos arrebujamos y quedamos rendidos en los brazos de Morfeo, escuchando ora el dulce lamentar de dos pastores, ora el arrullo del grácil alcotán o del simpático abejaruco. A veces un despistado lirón careto viene a atusarnos los bigotes, nos desvela y desaparece triscando tras unos cardos.

Bien, supongo que ya con lo expuesto a todos os han entrado ganas de veniros este año con Bernat, con Txema y conmigo mismo.

El próximo mes de julio tenemos previsto acudir a nuestra cita anual para ver la etapa de Luz-Ardiden que tendrá lugar el jueves 14 de julio (en mi caso va a tratarse de un regreso al escenario donde presencié mi primer Tour, en 1990, en una etapa que ganó Miguel). Marcharemos el miércoles 13 (por la mañana o a mediodía). Por la tarde nos dará tiempo a escalar algún puerto aún por determinar (Aubisque, Tourmalet, Troumusse, col de l'Abutarde, le Monsieur Maceau ...). Al día siguiente cabe la opción de madrugar y subir otro puerto antes de dirigirnos hacia Luz-Ardiden y disfrutar del ambiente tumbados en un prado bajo algún abeto y dando buena cuenta de los guisos y escabeches que habremos subido con denodado esfuerzo en una mochila. Todo ello oportunamente regado con cerveza o vino (o ambas cosas). Si alguno os animáis, no dudéis en apuntaros.

Me permito adjuntaros un artículo que resume muy acertadamente lo que sentimos quienes desde hace ya tanto tiempo somos presas de esta "vieja pasión inmortal que nunca cejará".

Los aficionados

El terreno de juego del ciclismo abarca el país entero donde se desarrolla la carrera, las bandas laterales son las cunetas y los quitamiedos y cualquier punto de la carretera sirve para trazar la línea de meta. Para asistir a este espectáculo no hay que pagar, porque ningún club ni presidente es dueño de la cancha. La visión de las gradas alpinas y pirenaicas tomadas por miles de aficionados que acampan en los prados durante días para poder contemplar durante unos minutos el paso de los corredores aumenta su interés. Sin ellos, sin sus gritos en veinte idiomas diferentes, sin su pasión, sin los colores de todas las banderas ondeando, el ciclismo no brillaría tanto.
En esta fiesta algunos de los aficionados son ya viejos conocidos y un año tras otro los encontramos en las cunetas, fieles a la cita, disfrazados de arlequín o de gondolero, de supermán o de diablo rojo -el entrañable Didi-. Nunca falta un grupo de monjas que aplaude en la puerta de un convento, ni un acalorado en tanga estorbando el paso. Otros se suben a las palas de las excavadoras para ver mejor, corren a caballo en paralelo, hacen olas con cartulinas amarillas y alzan a sus hijos sobre los hombros para que el desfile de las bicicletas se grabe para siempre en los ojos infantiles. Los más entusiastas escriben con heno en las praderas, con piedras o con telas, mensajes de vivas y de apoyo y rotulan en el asfalto con pintura blanca el nombre de sus ídolos.
Creo que ninguna afición deportiva es tan ecuánime y noble como la del ciclismo. Sus adeptos no hacen del rival un enemigo y hasta ahora no ha servido de pantalla para organizaciones nazis o racistas ni ha sido un reducto de ultras, ni de barras bravas, ni de skins. Los fans que invaden las rampas de los puertos aplauden con entusiasmo la llegada de sus ídolos, pero no insultan a sus rivales, no los agreden, no les lanzan a la cabeza monedas ni mecheros ni botellas de agua congelada. Al contrario, animan a todos, al margen del país o del equipo al que pertenecen, les ofrecen bebida, respetan su sacrificio y valoran su esfuerzo. A poco que se dejen llevar por sus impulsos harán algo prohibido: empujar durante unos metros al ciclista que se tambalea exhausto en mitad de una rampa.

EL PAIS, Eugenio Fuentes / Timm Kölln (25/07/2009). video