En el almuerzo de ayer comentábamos Paco y yo la posibilidad de aprovechar el fin de semana de tres días que coincide con la 2ª pascua (26, 27 y 28 de mayo) para llevar a cabo una experiencia distinta y a buen seguro inolvidable. Sirvan como carta de presentación las palabras del ciclista italiano de BMC, Manuel Quinziato, que declaró a sus seguidores en Twiter, después de descender el maravilloso alto de la Lunada, un paraíso ciclista único, que aquel paisaje le había robado el corazón para siempre.
La salida debería realizarse desde Barcelona el viernes 26 de mayo, no más tarde de las 17h, para llegar a Santoña alrededor de las 23h. En el modesto apartamento cabemos bien seis; si bien podemos acomodarnos algunos más si hacemos provisión de alguna márfega o colchón de campaña. Dormiré encantado en el suelo si es a cambio de vuestra compañía.
El regreso podría realizarse el lunes a primera hora, para llegar a una hora decente a casa. Otra posibilidad, algo más estresante, consistiría en regresar el mismo domingo después de la etapa. Por el camino podría distraernos el relato de las batallitas y un alto en el camino para cenar en alguna fonda antes de encarar el último tramo del viaje. En este segundo caso no sería estrictamente necesario que la experiencia coincidiera con un fin de semana de tres días.
Os describo aquí, como botón de muestra, lo que sería la salida del sábado, un auténtico reto por la tremenda dureza del recorrido, pero suavizado por la singularidad del paisaje del monte de Cantabria y la soledad de sus carreteras:
los primeros 30 kms no tienen mayor interés. Son prácticamente llanos y nos acercan a La Cavada, pequeña localidad pasiega desde la que arranca el puerto de Alisas, con rampas suaves que nos aproximan durante 10 kms de ascenso a los valles del interior.


Un rápido descenso nos lleva a la villa de Bustablado. Aquí acometemos el alto de la Espina. Se trata de una pista forestal recientemente asfaltada de 8 kms de una tremenda dureza que en muchos momentos rozarán un 30% y en contadas ocasiones se situarán muy por debajo del 20%. El pasado verano pude subirlo en coche y, la verdad, no estoy muy seguro de que pueda ascenderse en bicicleta de carretera (por lo menos a lomos de una Coñon blanca). Un asunto espinoso, el de este alto de la Espina (el chiste es para Caballo). Vamos, que, como dicen en cantabria, el puerto es pindio de cojones.



Descendemos extremando las precauciones por una cinta bacheada y con gravilla en algunos tramos. Rápidamente llegaremos a San Roque de Riomiera, villorrio donde será obligado deglutir pincho de tortilla regada con su tinto con gaseosa. El pueblo se halla a las puertas del Portillo de la Lunada, un circo de laderas de una belleza que jamás he encontrado en ningún otro puerto. La soledad de la carretera le da un encanto casi místico y hace casi obligado ascender disfrutando de lo que vemos en las laderas, siempre verdes. No es un buen lugar, la Lunada, para forzar la maquinaria. El puerto no resulta duro en absoluto; y menos si afrontamos su ascensión desde San Roque, lo que nos permite ahorrarnos la aproximación. En nuestro caso subiríamos 14 kms.



Tras coronar, descendemos 10 kms hasta Las Machorras, donde por 12 euros degustaremos un rico y varado menú en el que podremos escoger entre callos con garbanzos, gallina en pepitoria, truños de Cantabria, alubias pintas, cabracho ... en fin, que reíros de Bud Spencer en "Le llamaban Trinidad".

Sin tiempo para metabolizar lo comido, afrontamos el Portillo de la Sía, un alto de cerca de 6 kms con rampas que rondan el 7%. Nada del otro jueves si no fuera por la tralla que uno llevará en esos momentos en las piernas y en el estómago.
La Sía nos conduce al majestuoso valle del río Asón, momento en el que la carretera es engullida por una estrecha falla de roca calcárea.


Desde que coronamos la Sía, la carretera siempre desciende hasta la localidad de Arredondo. A partir de aquí nos toca buscar el mar atravesando el silencioso valle de Matienzo, lo que implica salvar las dos últimas tachuelas antes de dejarnos caer suavemente para acceder a la bahía de Santoña. El contraste entre el azul del mar que nos rodea y el verde al que nuestros ojos ya se habían acostumbrado durante toda la jornada provoca una sensación intensa y agradable en el momento de la llegada al punto de partida.

El resto es relax. Si el tiempo lo permite, un baño en la desierta playa de Berria, altamente valorada por el yodo de sus aguas y su aspecto desértico. Y si no, una merecida cena en el asador de Chili, donde solo os servirán pescado; un pescado tan fresco que a buen seguro todavía chapoteaba tranquilamente en el mar mientras nosotros ascendíamos la Lunada.

La etapa del domingo sería menos dura, pero no menos bella. Seguro.